Damon*
Él mecía al pequeño Eric en los brazos; el bebé dormía profundamente, con los labios entreabiertos y el rostro sereno. Damon sonrió, rozando con ternura la mejilla suave del niño. Pero enseguida su mirada se posó en Averina. La hembra avanzaba con determinación hacia la colina. Su expresión estaba tensa, y algo en ella lo puso en alerta. Con cuidado, dejó a Eric en la cuna y la siguió, pasos firmes pero silenciosos.
Cuando la encontró, ella estaba detenida al borde del bosque, los ojos escudriñando cada sombra, como si esperara algo.
“Eres pésimo siguiendo a la gente”, murmuró con una sonrisa provocadora, sin siquiera volverse.
Damon arqueó una ceja y se acercó.
“Estaba siendo discreto. ¿Cómo me notaste?”
“Tuve un tío que me enseñó. Dijo que debía saber cuándo alguien me seguía.”
“Parece que era un buen maestro.”
Caminaban ahora lado a lado, con una extraña complicidad en el aire.
“Sé que todo esto es estresante para ti”, dijo él. “No tienes ninguna obligación con nosotros, y a