La luz suave de la lámpara en la mesita de noche seguía bañando la suite en la mansión de Veracruz, el aire aún vibrando con la tensión y el deseo. Yago esperaba la respuesta de Nant, su sonrisa pícara intacta, sus ojos fijos en ella, invitándola a ceder al juego que había propuesto. Nant sintió el peso de su mirada, la intensidad de su invitación, el anhelo que ardía en su propio interior. Su mente, sin embargo, trabajaba a una velocidad febril, procesando la situación. ¿Ceder? ¿Jugar? ¿O hacer su propia jugada?
Después de un instante que pareció eterno, Nant no le contestó con palabras a la audaz pregunta de Yago. En lugar de eso, una pequeña sonrisa, enigmática y llena de una nueva determinación, se dibujó en sus labios. Su mirada se encontró con la de él, y en lugar de la respuesta verbal que Yago esperaba, Nant simplemente dijo, con una voz suave pero firme, llena de una resolución inesperada:
—Buenas noches, Yago.
Fue una respuesta simple, un gesto de cierre de la conversación q