La luz suave de la lámpara en la mesita de noche, en la opulenta suite de la mansión de Veracruz, bañaba los rostros de Yago y Nant, revelando una compleja danza de tensión y deseo que danzaba entre ellos. Nant, desarmada por la audacia de la pregunta de Yago, se sentía atrapada en una encrucijada emocional. Por un lado, el rubor ardiente de su vergüenza por haber sido tan explícitamente "leída" por él; por el otro, el fuego inquebrantable de su determinación. Su mente, habitualmente tan aguda y calculadora, corría a mil por hora, procesando la batalla silenciosa que se libraba no solo entre ellos, sino dentro de ella misma. Él había ganado esta ronda, sí, esa era una verdad innegable, pero la guerra de voluntades y la exploración de sus límites apenas había comenzado. La noche era joven, y Nant, aunque consciente de la inmensa curva de aprendizaje que tenía por delante para poder jugar y, eventualmente, vencer a Yago en su propio juego de ingenio, seducción y poder, no iba a ceder ta