El silencio tenso que siguió a las audaces preguntas de Nant se rompió abruptamente. Con un movimiento decidido, Yago extendió un brazo y encendió la lámpara de la mesita de noche, bañando la suite en una luz suave pero suficiente para disipar la penumbra. Luego, con una lentitud deliberada que hizo que el corazón de Nant latiera con fuerza, se volteó completamente hacia ella. Su rostro, antes una silueta en la oscuridad, ahora era claramente visible, y lo que Nant vio la desarmó. Una sonrisa juguetona se extendía por sus labios, la misma sonrisa pícara que él a menudo usaba para provocarla, y sus ojos oscuros brillaban con una diversión y una intensidad que no intentaba ocultar. Estaba disfrutando este juego.
—Nant —dijo Yago, su voz resonando con el mismo tono de picardía que ella había empleado, respondiendo al desafío con una confianza que la hizo tragar saliva—. Te daré la honestidad que pides. Sí, me gustó lo que vi. Me gustó verte desnuda. No solo me gustó, me fascinó. Fue… ine