La camioneta continuaba su suave y silencioso trayecto hacia la imponente residencia de Yago, el atardecer pintando el cielo con tonos dorados, anaranjados y púrpuras, anunciando el fin de un día agotador en Veracruz. El tráfico se había reducido considerablemente, permitiendo un avance más fluido y relajado que contrastaba con la agitación interna de Nant. Ella, aunque aliviada por haber tranquilizado a su madre sobre el "estado de su sitio" sin tener que recurrir a una mentira directa, no esperaba en absoluto la continuación de la conversación; de hecho, creyó, con una ingenuidad que ahora le parecía absurda, que con un simple "todo bien" había logrado cerrar el tema por completo. Apenas había guardado su teléfono en el bolso, su mente ya volviendo a las complejidades de Yago y los Castillo, a la inminente batalla corporativa y las intrigas familiares, cuando este volvió a vibrar con una nueva llamada entrante, con la misma insistencia, casi una demanda, que antes. Era Clara de nuev