Con el desayuno de Carlos asegurado, un pequeño oasis de humanidad en medio de la vorágine, Yago y Nant se dirigieron resueltamente hacia la imponente entrada del Hotel Central. La breve pausa que Yago había dedicado a su chofer, aunque conmovedora para Nant, había terminado de forma abrupta. Ahora, la seriedad del momento inminente con Joren se cernía sobre ellos como una densa niebla matutina, cargada de una tensión silenciosa. La atmósfera de la mañana, que había comenzado con toques de ternura y afecto entre Yago y Nant, se volvía ahora sombría y pesada, llena de una anticipación que presagiaba un conflicto inminente.
Justo cuando Yago y Nant estaban a punto de cruzar el umbral dorado del hotel, las puertas giratorias ya al alcance de la mano, Yago sacó su teléfono con un movimiento fluido y mecánico, casi instintivo. Marcó un número de forma rápida y precisa, y al instante, su expresión cambió de manera dramática y completa. El tono de burla y jugueteo que había mostrado con Albe