Nant seguía observando, aún perpleja, el inusual desorden que dominaba el asiento contiguo en la camioneta. Periódicos abiertos, revistas de negocios apiladas sin mucho orden, recortes con titulares impactantes sobre el escándalo y fotografías de Belem que parecían gritar a cada página. Para ella, acostumbrada a una vida mucho más sencilla y ordenada, esa caótica acumulación de información era desconcertante. Pero lo que la sorprendía aún más era que ese desorden pareciera no afectar a Yago, un hombre conocido por su control absoluto, su meticulosa organización y su temple imperturbable.
Lo miró con una mezcla de curiosidad y silenciosa pregunta. Sus ojos buscaban respuestas en el rostro sereno de Yago, interrogando sin palabras qué significaba esa escena. ¿Por qué permitir ese caos? ¿Acaso era solo una forma de mantener todo al alcance, como un arsenal de datos listos para ser usados en cualquier batalla?
Yago, ajeno a su mirada fija, continuaba absorto en la tablet frente a él, dond