Yago y Nant salieron del departamento casi al mismo tiempo, sus pasos sincronizados a pesar de la urgencia palpable en él y la mezcla de emociones que ella llevaba consigo. La imagen de Yago, con esa sonrisa pícara y sus bromas sobre la “futura señora de la casa”, aún resonaba en la mente de Nant, como un eco cálido que contrastaba con la tensión que sentía por la reunión inminente.
Al llegar a la entrada, la lujosa camioneta ya estaba allí, reluciente bajo las luces de la ciudad. Carlos, el chofer personal, los esperaba con la puntualidad y discreción que le eran habituales. Saludó a Yago con un gesto profesional, casi una reverencia contenida, una muestra de respeto que Nant reconoció inmediatamente. Era la misma clase de respeto y lealtad que había percibido en Albert, el mayordomo que cuidaba cada detalle en el hogar de Yago. Ese pequeño ritual revelaba la disciplina férrea y la estructura que regían la vida del CEO, una maquinaria que funcionaba sin fallas, incluso en medio del c