Al día siguiente, la tormenta mediática seguía azotando con la misma intensidad. La imagen de Yago, su nombre y el de CIRSA, eran pasto de los noticieros y las redes sociales. Yago se despertó con el peso de la crisis aún sobre sus hombros, aunque la presencia de Nant a su lado había aliviado, al menos por unas horas, la soledad y la angustia.
Estaba revisando los titulares en su tableta, sentado en el sofá de la sala, mientras Nant aún dormía profundamente en la recámara, cuando su teléfono sonó. La pantalla mostraba un número desconocido. Dudó un instante, pero decidió contestar.
—¿Sí? —respondió Yago, su voz aún rasposa por el sueño.
—Yago, soy Joren —la voz al otro lado era tensa, urgente, y completamente inesperada. Era el hijo de Diana, y el abogado que trabajaba en el Poder Judicial de Puebla.
Yago frunció el ceño. La llamada de Joren en este momento era lo último que esperaba. —¿Joren? ¿Qué...?
—Necesito verte, Yago —lo interrumpió Joren, su voz firme pero con un subtono de ha