El comentario burlón de Yago sobre el matrimonio y la gestión de la casa había dejado a Nant completamente roja, pero también con una chispa de emoción. Albert, con su risa apenas perceptible, se dio cuenta de la perplejidad de la joven.
—Por aquí, señorita —dijo Albert, con un gesto amable hacia un pasillo lateral que conducía a una oficina pequeña, probablemente la despensa o un cuarto de servicio—. Le diré algo breve para llevar una casa como esta.
Nant, aún avergonzada pero intrigada, siguió a Albert. Sin embargo, antes de que pudieran alejarse demasiado, la voz de Yago resonó desde la sala, con un tono que combinaba la impaciencia con la burla.
—¡Nant! —casi gritó Yago, una sonrisa traviesa en su rostro—. ¡No te tardes que tenemos que ver el asunto de hace un rato!
Nant se detuvo, su mirada dividida entre Yago y Albert. No sabía cómo dividirse, cómo estar en dos lugares a la vez, cómo cumplir con las expectativas de Yago y, al mismo tiempo, aprender los rudimentos de un mundo tan