El ambiente dentro de la boutique se había transformado radicalmente. Lo que minutos antes era un templo silencioso y sagrado de la alta costura, donde cada prenda colgaba con una separación milimétrica de la siguiente para justificar su precio exorbitante, ahora parecía el escenario de un saqueo elegante, un pillaje autorizado por la tarjeta de crédito más exclusiva del mundo.
Alina Korályova de la Vega permanecía de pie en el centro del torbellino, inmóvil como el ojo de un huracán, observando con ojos analíticos y fríos cómo su voluntad se ejecutaba a su alrededor.
El guardia de seguridad privado, un hombre corpulento contratado originalmente para intimidar a ladrones y filtrar curiosos, miraba la escena con una mezcla de desconcierto absoluto y fascinación. Sus ojos iban de un lado a otro, incapaces de fijarse en un solo punto, siguiendo el frenesí de las empleadas. Las chicas, impulsadas por el miedo reverencial a la heredera y la promesa implícita de la comisión de sus vidas, ha