El aroma a café tostado y pan dulce llenaba el ambiente del restaurante, pero la tranquilidad del desayuno fue interrumpida por la aparición de una figura familiar. Carlos se materializó junto a la mesa con su habitual discreción, vestido impecablemente con un traje oscuro, listo para la jornada.
—Buenos días, señor. Buenos días, señorita —saludó Carlos con una leve inclinación de cabeza.
Yago se puso de pie de inmediato para saludar a su hombre de confianza, rompiendo la barrera jefe-empleado como solía hacer en privado. Le estrechó la mano con firmeza.
—Buenos días, Carlos. ¿Ya desayunaste? —preguntó Yago, señalando la silla vacía a su lado—. Siéntate, pide algo. Hay tiempo.
Carlos agradeció el gesto con una sonrisa cortés, pero negó suavemente. —Muchas gracias por la cortesía, señor, pero ya he desayunado. El vehículo está listo en la entrada.
Nant, al escuchar que el transporte estaba listo, sintió que el reloj interno de la academia se activaba. Dio el último sorbo a su jugo de n