El tren de aterrizaje del "Celestia 777" besó la pista del Aeropuerto Internacional de Puebla con una suavidad que desmentía las toneladas de acero y lujo que transportaba. Los motores invirtieron su empuje con un rugido contenido, frenando la bestia metálica en la oscuridad de la madrugada. Eran casi la 1:00 de la mañana, y el mundo exterior estaba sumido en el silencio profundo de la meseta central.
La aeronave rodó lentamente hacia el hangar privado de CIRSA, donde las luces de seguridad se encendieron automáticamente para recibir al titán aéreo. Cuando los motores finalmente se apagaron, un zumbido residual quedó flotando en el aire, el último suspiro de una máquina que había devorado kilómetros en cuestión de minutos.
Dentro de la cabina, la atmósfera había cambiado. La adrenalina de la propuesta de matrimonio y la tensión de la cena con los Korályov se habían disipado, dejando en su lugar un agotamiento físico absoluto. Yago y Nant se soltaron los cinturones de seguridad con mov