La mañana siguiente llegó a Puebla con una claridad fría, disipando la niebla nocturna pero no los nervios que habitaban en la casa de Nant. El despertador sonó como una sentencia, marcando el inicio del "Día D".
La rutina matutina fue mecánica y silenciosa. Nant y Clara se movieron con una sincronía nerviosa, preparando el desayuno para Emilia, la hermana menor, quien ajena a la tensión que flotaba en el aire, comía sus cereales con la despreocupación de la infancia.
Salieron de casa temprano. El primer destino fue el colegio de Emilia. La dejaron en la puerta, viéndola correr hacia sus amigas con su mochila a la espalda. Ese acto de normalidad cotidiana contrastaba violentamente con la magnitud de lo que Nant y Clara estaban a punto de hacer.
—Vámonos, se nos hace tarde para la cita —dijo Clara, mirando su reloj y deteniendo un taxi.
El laboratorio clínico estaba ubicado en una zona médica tranquila. Al entrar, el olor característico a antiséptico y limpieza estéril golpeó a Nant. P