El sollozo de Belém se había convertido en un suspiro, un eco de la tormenta que acababa de desatarse en el silencio de su habitación. Acunada en los brazos de Aria, sentía la seguridad que el mundo exterior le había negado. La confesión había sido un alivio, pero la vergüenza, el dolor y la humillación la oprimían con un peso insoportable. En ese abrazo de consuelo, las dos hermanas formaban un oasis de honestidad en el vasto desierto de mentiras en el que Belém se había construido una vida. El aire estaba cargado de lágrimas, de verdades a medias y de la cruda realidad de la doble vida que Belém había llevado, una vida que ahora se desmoronaba ante sus ojos.
El sonido de la llave en la puerta principal de la casa rompió el momento. El tintineo metálico seguido por el suave "clic" del seguro, un sonido tan familiar que se había vuelto imperceptible, ahora resonaba como una campana de alarma en el silencio de la tarde. El corazón de Belém dio un vuelco. Se separó abruptamente de Aria,