El ambiente festivo del almuerzo en "Las Espadas de Oro" se vio repentinamente interrumpido por una pregunta que, si bien inocente en su intención, fue directa y profundamente incómoda. La mesa, que hasta ese momento había sido un oasis de risas, conversaciones animadas y lazos familiares que se tejían, se quedó en un silencio abrupto. Justo en medio de la degustación de un suculento corte de carne, la hermana menor de Nant, con la espontaneidad y la falta de filtros propia de su edad, se dirigió a Yago con una voz clara y directa, sin un atisbo de vergüenza o protocolo.
—Yago —dijo la joven, sin rodeos, sus ojos brillantes con una mezcla de curiosidad y la descarada honestidad de la juventud—, cuando te cases con mi hermana, ¿qué coche le vas a dar? Y ya que se acerca mi cumpleaños, ¿a mí me vas a regalar un coche?
La pregunta cayó sobre la mesa como un balde de agua fría. La cuchara de la madre de Nant se detuvo en el aire, y Nant, que estaba a punto de llevarse un bocado a la boca,