El silencio en la suite presidencial, roto solo por el suave murmullo de la ciudad que comenzaba a despertar muy por debajo de ellos, se había vuelto pesado, cargado con la tensión de la noticia que Nant acababa de revelar. El rostro de Yago, aunque habitualmente una máscara de impasibilidad, había reflejado por un instante el impacto de una bala, una sorpresa que lo había dejado sin aliento. Sin embargo, su disciplina férrea y su instinto de protección hacia Nant se impusieron de inmediato. Su prioridad era ella, su calma.
Yago, con la mano aún firmemente entrelazada con la de Nant, trató de calmarla, recurriendo a su lógica habitual de resolución de problemas. Su mente, entrenada para desviar crisis y encontrar soluciones prácticas, buscó un camino para aliviar la evidente angustia de ella. Se inclinó ligeramente, su voz suave, intentando desviar la conversación hacia algo más mundano, algo que pudiera anclarla a la realidad inmediata y disipar la nube de temor que la envolvía.
—Nan