Los sollozos de Nant, aunque más suaves ahora, aún resonaban en la quietud de la suite presidencial, un eco de la tormenta emocional que la había asaltado. Las palabras de Yago, "eres mi familia" y "todo saldrá bien", habían sido un bálsamo, un refugio incondicional que la había cobijado en su vulnerabilidad. Aferrada a él, sintiendo la solidez de su abrazo, Nant levantó la cabeza de su hombro. Sus ojos, enrojecidos y húmedos, se encontraron con la mirada de Yago, una mirada que prometía apoyo inquebrantable.
—Yago —dijo Nant, su voz aún quebrada por el llanto, pero con una decisión que se abría paso entre la tristeza—. Me… me voy a meter a bañar.
La idea de sumergirse en agua, de sentir el calor envolvente y la limpieza, se presentó como un anhelo urgente. Era un intento instintivo de purificarse, no solo físicamente de los fluidos de la pasión de la noche, sino también mentalmente, de la avalancha de pensamientos y emociones que la abrumaban. Quería despejarse, encontrar un momento