El aire en la suite presidencial del hotel se había vuelto un torbellino de sensaciones, cargado con la electricidad de sus cuerpos desnudos y el aroma embriagador de sus pieles. Yago, con una fuerza controlada y una ternura que contrastaba con la intensidad del momento, se movía sobre Nant. Yago penetraba a Nant, un movimiento lento y deliberado al principio, luego más rítmico, una danza ancestral que los unía. Nant, tendida bajo él, sentía cada milímetro de su avance. Era una sensación de plenitud abrumadora, como si su cuerpo estuviera siendo abierto desde dentro, expandiéndose para recibirlo por completo. Cada centímetro de Yago que la abría por dentro era una ola de placer que se extendía desde su centro, recorriendo cada nervio, cada fibra de su ser.
Sus jadeos y gemidos, que al principio habían sido suaves susurros, ahora rompían el silencio que antes había sido el único testigo de su intimidad. Eran sonidos guturales, instintivos, una melodía de puro deseo que resonaba en la h