El aire en la suite presidencial del hotel vibraba con una electricidad palpable, densa con el calor de sus cuerpos desnudos y el aroma embriagador de sus pieles mezclándose. Yago estaba ahora completamente encima de Nant, su peso sostenido por sus fuertes brazos, que se apoyaban a ambos lados de su cabeza. Ella, acostada sobre la suavidad de la cama King Size, con las piernas ligeramente abiertas en una invitación tácita, veía cada gesto que Yago le hacía, cada movimiento de sus músculos tensos, cada expresión en su rostro que oscilaba entre la pasión ardiente y una ternura profunda. La luz tenue de la habitación, filtrada por las cortinas de seda, creaba sombras danzantes sobre sus cuerpos entrelazados, realzando la intimidad del momento.
Nant respiraba agitadamente, el aire entrando y saliendo de sus pulmones en pequeños jadeos. Era una respiración marcada por la excitación que la consumía, un fuego que ardía en cada fibra de su ser, pero también por una preocupación subyacente, un