El viaje en la camioneta de lujo continuó, suave y silencioso, atravesando las bulliciosas calles de Puebla. El ambiente dentro del vehículo era de expectativa, aunque por razones diferentes. La madre de Nant, aún procesando la eficiencia casi robótica de su hija, y Nant, ya inmersa en la siguiente fase de su plan.
Mientras Carlos conducía con su habitual pericia, Nant sacó su celular. A su lado, su madre hizo lo mismo, actuando en perfecta sintonía con las nuevas dinámicas de su hija. Ambas le marcaron a la hermana de Nant, quien, como estudiante, aún se encontraba dentro de los terrenos de la escuela.
—Estamos por llegar —dijo Nant en el teléfono, su voz clara y directa, sin dar opción a preguntas innecesarias—. Sal por la puerta principal y quédate atenta. Vamos a pasar por ti en un momento.
La hermana de Nant, acostumbrada a un ritmo de vida más pausado y a los horarios habituales de su madre, probablemente sintió un atisbo de curiosidad, pero la autoridad en la voz de Nant era in