La pasión había cesado, pero la resonancia de la conexión íntima entre Joren y Eunice perduraba en el aire de la habitación en Puebla. Se despidieron el uno del otro, ambos con caras de profunda satisfacción, el cansancio físico mezclado con la serena calma que solo la intimidad genuina podía brindar. Los únicos testigos de ese encuentro clandestino, un secreto celosamente guardado en el corazón de la opulenta mansión de los Castillo, eran ellos mismos, las cuatro paredes de la habitación de Joren que guardaban celosamente cada susurro, cada movimiento, y los fluidos de Joren que aún le escurrían cálidamente por las piernas de Eunice, un recordatorio tangible y húmedo de su unión, de la entrega total que habían compartido lejos de miradas indiscretas.
Eunice salió de la habitación de Joren con una mezcla compleja de emociones. Mientras caminaba discretamente por los pasillos silenciosos, asegurándose de que nadie la viera, de regreso a sus propios aposentos de personal de servicio, su