El elegante y frío comedor, donde las sombras de los Castillo acechaban, se desvaneció por completo de la mente de Joren. Ahora, el único mundo que existía era el santuario de su habitación en Puebla y la calidez envolvente de Eunice. Sus palabras, cargadas de la esperanza de una "humanidad" oculta en Yago, encontraron un eco en el corazón de ella. Eunice, con su sabiduría innata y su capacidad para ver más allá de las superficies, escuchó cada matiz, sintiendo la vulnerabilidad de Joren y la delgada línea entre la ambición y la integridad que él estaba a punto de cruzar.
—Joren, mi amor, te creo —dijo Eunice, su voz suave y llena de una convicción que calmaba el torbellino en el alma de Joren. Sus ojos, incluso en la penumbra tenue de la habitación, transmitían una mezcla poderosa de fe inquebrantable y una preocupación latente. Sus manos se movieron, ya no solo para consolar, sino para guiar, acunando suavemente el rostro de Joren, anclándolo en la realidad de su conexión.
Con una f