—Ella... va a estar ocupada un tiempo. Tal vez viaje. Pero yo permitiré que venga a visitarte aquí, si ella puede. Pero tú no volverás a su departamento. Tú te quedas conmigo.
Edward bajó la mirada hacia sus bloques. Había tristeza en su gesto; después de todo, era la figura materna que había conocido. Pero al mismo tiempo, una sensación de alivio pareció asentarse en sus hombros pequeños. En casa de su madre había gritos y desorden; aquí había calma y a Miranda.
—Está bien, papá —susurró finalmente, con una resignación agridulce—. Me gusta estar con Miranda. Ella es divertida también.
Alec lo abrazó fuerte, prometiéndose a sí mismo que nunca dejaría que ese niño sintiera la falta de amor que su madre biológica (o la que él creía que lo era) le había negado.
Mientras tanto, en su departamento casi vacío, Beatrice miraba la notificación bancaria en su teléfono. Un millón de dólares. Era mucho dinero, sí, pero la codicia es un pozo sin fondo.
Tenía planes maquiavélicos. Sabía que s