Beatrice se aferró al brazo de Alec, sus uñas clavándose en la tela de su traje con desesperación.
—¡No puedes hacerme esto! —gritó, con la voz quebrada por el pánico y el alcohol—. Sabes perfectamente lo que esto significa. Quieres tener el control absoluto. ¡Te conozco muy bien! Lo único que estás haciendo es apartarme de mi propio hijo. ¡No lo voy a permitir! Edward ha pasado más tiempo conmigo que contigo. ¡Me ama! Así que dime, ¿qué te da el derecho de quedarte con la custodia completa? ¡No tienes el derecho!
Alec la miró con un cansancio infinito, mezclado con un desprecio gélido.
—Ya estoy lo suficientemente agotado debido al trabajo como para que vengas a montarme todo este show, Beatrice. Ahórrate el espectáculo y deja el drama de lado. Admite de una vez que no estás en condiciones de cuidar a un niño. No me basta con que Edward venga de visita; quiero que viva conmigo. Definitivamente.
La furia de Beatrice estalló, distorsionando sus facciones.
—¿Crees que voy a permiti