Cuando Elizabeth terminó la llamada telefónica, colgó con una lentitud deliberada, saboreando el momento. Hizo una seña discreta a un hombre de traje oscuro y rostro inexpresivo que esperaba en la penumbra del salón. El sujeto se acercó a ella con una actitud de total obediencia y se inclinó ligeramente en un saludo cordial.
—Señora Radcliffe, ha sido un placer trabajar para usted —expresó con voz grave y sincera, extendiéndole una carpeta delgada.
Elizabeth tomó el informe y sonrió maliciosamente, una mueca fría que no llegaba a sus ojos.
—Has hecho un buen trabajo. Aquí tienes tu pago —dijo, entregándole un sobre abultado—. Creo que debí contratarte hace mucho tiempo; así me habría evitado tantos dolores de cabeza y noches de insomnio.
El hombre asintió y se retiró sin hacer ruido. Elizabeth se quedó sola, sintiendo cómo un peso enorme desaparecía de sus hombros. Ahora entendía que la amenaza de Beatrice había sido vacía todo este tiempo. Tras la investigación, se confirmó que B