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Alec ya se había marchado al trabajo. Con la magnitud del proyecto hotelero sobre sus hombros, tenía que llegar lo más temprano posible a la oficina para trabajar sin descanso.

Por su parte, Miranda se encontraba en la casa, disfrutando de una tranquilidad que no sentía hacía días. Era un alivio absoluto no estar bajo el mismo techo que esa "bruja". Sin embargo, su paz se vio interrumpida cuando, al caminar por el pasillo, se dio cuenta de que Edward estaba allí parado. El niño tenía la mirada baja y los hombros caídos; parecía la viva imagen de la tristeza.

Ella se acercó con suavidad.

—¿Qué te pasa, Edward? ¿Todo está bien?

El niño alzó la vista, sus ojos grandes llenos de melancolía.

—Extraño mucho a mamá. Me gusta estar aquí, pero también quiero estar con mamá. Estaba feliz cuando vino... pensé que se quedaría por más tiempo.

En ese momento, Miranda sintió una punzada de culpabilidad. Aunque detestaba a Beatrice, no quería ser la causante de la tristeza de un niño inocente.
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