Después de haber pasado unas horas reparadoras entre risas y confidencias, llegó la hora del regreso. Vera la llevó hasta la entrada de la mansión Radcliffe. Se despidieron con la promesa de volver a salir tan pronto como ambas pudieran hacerlo, sellando el pacto de una amistad renovada.
Miranda entró en la casa, sintiéndose aún envuelta en esa aura de seguridad que le daba el vestido nuevo y el maquillaje impecable. Sin embargo, esa burbuja amenazó con estallar apenas cruzó el umbral.
Alec estaba allí, esperándola. Su postura era rígida, y sus ojos la escanearon de inmediato con una mezcla de alivio y sospecha.
—¿Estabas realmente con tu amiga? —preguntó, dando un paso hacia ella—. Llevas un vestido tan...
Se detuvo en seco. Las palabras se le murieron en la garganta. No pudo terminar la frase de reclamo porque su mente se quedó en blanco al detallarla. Su mujer estaba espectacularmente bien. El corte del vestido, el color de sus labios, la forma en que la tela abrazaba sus curvas