Alec se acercó a la cama, con la preocupación grabada en cada rasgo de su rostro. Era obvio que lo estaba pasando mal al ver a su hijo enfermo.
—¿Cómo es que se ha puesto así? ¿Qué le ha pasado? —preguntó, mirando a Miranda con reproche apenas disimulado.
Miranda lo miró fijamente.
—Se ha puesto enfermo de un momento a otro, así de simple. Pensé en llamarte, y lo hice. Te llamé repetidamente, pero nunca tomaste las llamadas hasta después. Ir a un hospital podría ser complicado, ya que no soy la madre del niño, pero llamé al doctor y vino hasta acá. Le ha recetado algunas medicinas y dijo que se va a mejorar. Así que no hay nada de qué preocuparse, la fiebre también ya está desapareciendo lentamente —explicó, con una calma profesional que logró tranquilizar un poco a Alec.
El hombre se sintió aliviado, pero no podía evitar la preocupación al ver a su pequeño Edward postrado en esa cama, con la cara de enfermo. Le dolía profundamente verlo allí.
Miranda se levantó, entendiendo que debí