—Edward, ¿ya terminaste? —quiso saber Miranda.
—¡Sí! Estaba delicioso. Gracias, Miranda —emitió el niño, con la boca llena de mermelada.
—De nada, pequeño. ¿Qué hacemos ahora? ¿Quieres ver una película?
—¡No! ¡Quiero ir afuera! ¡Podemos jugar en el jardín! —pidió el niño, saltando de la silla.
Miranda asintió. Era una buena idea. Necesitaba aire fresco y distracción.
—Vamos, entonces. Pero primero, ve a lavarte esa cara de mermelada.
Minutos después, Miranda y Edward estaban caminando por el extenso jardín trasero de la mansión Radcliffe. El sol era agradable y el aire fresco. Edward corría delante, emocionado, disfrutando del amplio espacio.
Fue justo en ese momento cuando la mujer recibió una llamada de parte de su amiga Vera.
Miranda respondió.
—Te estoy llamando, Miranda, porque quiero saber si estás disponible para ir a comer. Avísame, por favor.
—Lo siento mucho, creo que el día de hoy no podría. Pero podemos hacer planes para otro día.
Su amiga se preocupó de inmediato.
—¿Tod