Esa noche, Miranda decidió que no dormiría. Se quedó despierta, con los ojos fijos en la oscuridad, acariciando el cabello de Alec con suavidad, como si pudiera ahuyentar el mal solo con su tacto. Comprendía y sabía que el hombre tenía un miedo visceral por la situación que enfrentaba.
—Alec, mírame —le pidió Miranda, sosteniendo su rostro entre sus manos en la ligera oscuridad.
Él la miró, con los ojos hinchados y llenos de una vulnerabilidad que nunca le había mostrado antes. Parecía un niño asustado.
—Te agradezco, de verdad, que me hayas contado la verdad sobre tu salud —expresó ella, intentando mantener la voz firme, pero falló en el acto—. Y quiero que sepas que estoy aquí, a tu lado, para apoyarte. Juntos vamos a salir adelante.
Alec sollozó débilmente, incapaz de contener el terror.
—No quiero... no quiero pasar por el hecho de perder la memoria, Miranda. Olvidarte. Olvidar a Edward. Olvidar la verdad —articuló con dificultad. Sabía que la cirugía sería beneficiosa para su vid