Esa noche, Miranda se despertó bruscamente en la oscuridad, sintiendo la ausencia a su lado. Extendió la mano, y el espacio de Alec en la cama estaba frío. Se incorporó, confusa. Lo encontró junto al gran ventanal, mirando hacia el el exterior.
Se acercó a él en silencio, notándolo tenso, con los hombros rígidos.
—Alec, ¿qué haces despierto? ¿Estás bien? —preguntó, poniéndole una mano suave en la espalda.
Alec dio un respingo, como si ella lo hubiera sorprendido en medio de un acto ilícito. Se giró, forzando una sonrisa.
—Sí, cariño. Estoy bien. Solo... pensando en el trabajo, en la oficina. Hay muchos cabos sueltos que dejó mi madre. La presión de la empresa.
Su respuesta fue demasiado rápida, demasiado vaga. Miranda frunció el ceño, sintiendo un escalofrío de sospecha.
—Te noto raro, Alec. Como si me estuvieras ocultando algo —admitió, mirándolo directamente a los ojos.
Él la besó en la frente, desviando el contacto visual.
—No es nada, Miranda. Ya te dije, solo el estrés.