Alec condujo hasta la imponente mansión de su madre, Elizabeth, con una determinación fría grabada en el rostro. Cuando llegó, se le permitió la entrada al salón, donde encontró a Elizabeth sentada, visiblemente demacrada pero intentando mantener la compostura. Ella se quedó un poco sorprendida de verlo.
—No esperaba que vinieras —admitió, la voz tensa.
—No he venido a reconciliarme, ni a buscar explicaciones —emitió Alec, manteniéndose de pie frente a ella—. Ya sé suficiente. He venido a informarte que he tomado una decisión con mi abogado.
Elizabeth frunció el ceño, pero antes de que pudiera protestar, Alec la golpeó con la verdad.
—Voy a emprender acciones legales contra ti. Cargos criminales, Elizabeth. Por secuestro y fraude.
La compostura de Elizabeth se rompió por completo. La realidad de la prisión, la vergüenza pública y la traición de su propio hijo la inundaron. Se levantó de golpe y se acercó a él, suplicando.
—¡Hijo, por favor! ¡Te lo ruego! No lo hagas. Piensa en..