Esa misma mañana, poco después de la reunión con Elian Freeman, Alec llamó a Miranda. Ella contestó, la tensión de la conversación anterior aún flotando en el aire.
—Miranda, te llamo para informarte de mis siguientes pasos —dijo Alec, su voz carecía de emoción, profesional y fría, como si estuviera hablando de un negocio y no de su propia madre—. Acabo de reunirme con mi abogado. Vamos a proceder con cargos criminales contra Elizabeth.
Se hizo un silencio espeso en la línea. Miranda, al otro lado, se quedó petrificada. Sabía que eso era lo correcto, pero la noticia de la sentencia final la golpeó con una fuerza inesperada.
—Vas a... vas a enviarla a prisión —articuló Miranda, la voz apenas audible.
—Voy a hacer justicia por ti, por mí, por Edward y por los años de dolor que nos robó —replicó Alec, sin suavizar su tono—. Es lo que debe hacerse.
Miranda sintió un nudo en el estómago. Sabía que Elizabeth se merecía cada consecuencia, pues no tuvo compasión al robar a su hijo. Pero,