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Elizabeth parecía una hoja seca a punto de quebrarse. Temblaba de los pies a la cabeza, encogida en su propia sala de estar, mientras su hijo la miraba desde arriba con una mirada asesina que jamás le había dirigido.

—¿Es verdad todo lo que apareció en los medios? —preguntó Alec, con una voz que azotaba con fuerza—. ¿Cómo demonios es que tú tienes que ver con algo como eso? ¿De verdad Edward es el hijo biológico de Miranda y todo este tiempo hemos estado viviendo engañados?

Dio un paso hacia ella, haciendo que la mujer retrocediera.

—¡Madre, dime! ¡Explícame toda esta situación y no te quedes callada! —le gritó con fuerza, perdiendo la compostura—. ¡Dime de una vez por todas si esto es cierto! ¡Quiero escucharlo de ti!

Elizabeth estaba paralizada. De repente levantó la mirada, pero Alec no vio arrepentimiento en sus ojos, sino pánico puro. Eso era evidente para él, quien la escudriñaba buscando una pizca de humanidad tras aquella acción tan despiadada y cruel que no le encontraba
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