Alec iba manejando, pero su mente iba demasiado rápida, tan frenética que ni siquiera podía concentrarse bien en la conducción. Sus ojos azules estaban inyectados de tanta rabia y llenos de un dolor indescriptible. Tenía que enfrentarse a la idea de que Edward, el niño que amaba, era biológicamente su hijo y el de Miranda. Tenía que explicarle la situación a Miranda y hacerle entender que él no sabía nada de esa horrenda realidad.
Llegó a una decisión: todavía no se lo contaría. Necesitaba pruebas irrefutables. Él mismo se encargaría de hacer las respectivas pruebas de ADN de Edward y Miranda para comprobar si todo lo que su madre había admitido era cierto. Claramente, sabía que su madre no admitiría algo que la pusiera en desventaja de esa manera; era verdad que Miranda era la madre de Edward. Pero la duda científica era su única arma contra el pánico.
Al llegar a casa, frenó bruscamente y entró en la mansión como un huracán. Lo primero que hizo fue buscar al personal de servicio.