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Miranda se golpeó la frente con la palma de la mano. En medio del torrente de emociones de la noche anterior y la mañana de calma, se había olvidado por completo de lo más importante; la evidencia visual. Ni siquiera le había mostrado la ecografía a su esposo.

Tenía tantas cosas en la cabeza que el papel había quedado guardado en su bolso como un secreto olvidado.

—Qué desastre soy —murmuró, corriendo a buscar el sobre.

Sacó la imagen granulada en blanco y negro, esa primera fotografía de la vida que crecía en su interior. Decidió no esperar a la noche. Tomó su teléfono, encuadró la ecografía y le tomó una foto. Con los dedos temblorosos, presionó "enviar" al contacto de Alec.

Mientras esperaba ansiosamente la respuesta —viendo los puntos suspensivos que indicaban que él estaba escribiendo o en línea—, decidió llamar a su amiga.

Vera atendió de inmediato, aprovechando un momento libre en la joyería.

—¡Amiga! Qué bueno que me estás llamando, estaba yo a punto de hacerlo —comenzó Vera,
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