—El bebé fue robado por su propia abuela, Elizabeth, y ella misma me lo entregó a mí. Así que a ese niño lo llamé Edward. Le mentí a Alec sobre habernos acostado. ¡Ni siquiera estuvimos juntos! Él no lo puede recordar porque estaba drogado; yo puse algo en su bebida ese día que hizo que se confundiera y perdiera la memoria de esa noche hasta el sol de hoy.
El periodista estaba anotando frenéticamente, sorprendido por el relato de la mujer. Parecía sacado de una película de terror, pero los detalles eran tan precisos que el dramatismo cobraba vida.
—Espera un momento... —interrumpió Abdelaziz—. ¿Usted me está diciendo que la madre del señor Radcliffe, la respetada Elizabeth, ha sido la cabeza de esto? ¿Robó a su propio nieto para dárselo a la amante?
—Digamos que sí. Yo estaba interesada en ganarme el cariño —y la fortuna— de su hijo, y no encontré otra manera que fingir que tendría un hijo suyo. Así que aproveché la oportunidad del parto prematuro de Miranda. Tomé al bebé gracias a El