Miranda se observaba frente al espejo con una dulzura inusual. Su reflejo le devolvía la imagen de una mujer marcada por el dolor, pero que ahora acunaba un secreto. Sus ojos se fijaron en su barriga incipiente, esa curvatura apenas perceptible que en cuestión de meses se convertiría en un enorme vientre. Tenía una mano apoyada sobre su abdomen y acariciaba la zona con una ternura infinita, como si supiera que el pequeño ser dentro de ella podía sentir ese contacto y su amor.
Aunque el miedo era un compañero constante, eso no anulaba el hecho de que ya amaba a esa vida que se aferraba a ella, a esa criatura que dependía enteramente de su ser. ¿Quién era ella para acabar con eso? No tenía derecho alguno.
Una sonrisa sutil apareció en sus labios, no pudiendo evitar pensar en la llegada de su bebé al mundo. Pero de pronto, la luz de la esperanza y la idea de que todo saliera bien se disipó. El recuerdo de su experiencia pasada, la pérdida de su primer bebé, asomó como un fantasma sombr