325. DESVÍSTEME, ESPOSA
KATHERINE
Me recibió un huerto en la entrada, pero las plantas estaban un poco escasas.
Subí la cabeza y contemplé la oscuridad como boca de lobo.
Apenas unas lucecitas próximas de otra casita, las colinas colmadas de árboles a lo lejos, los cercados de palos rústicos, la carretera polvorosa entrelazando todas las viviendas, la vida en el campo.
En medio de toda esa oscuridad, una silueta de repente se vino acercando.
Abrió la puertecita maltrecha del frente del huerto y avanzó por el camino de piedras. Era Elliot.
—Rossella, ¿por qué saliste? Hay frialdad —me dijo acercándose enseguida.
—Te estaba esperando, ¿estás bien? —le pregunté dando algunos pasos hacia él.
Su expresión seguía seria e incómoda.
—Fui a ver el pueblo. Es… indescriptible —me dijo rechinando los dientes, su rostro lleno de ira mortal.
—. Son las fronteras y es obvio que están siendo controladas por otra persona. Me siento como un inepto.
“Bueno, eso no te lo voy a discutir, Duquesito” pensé y callé sabiamente.