En la Mansión de los Gravesend, el reloj marcó la medianoche.
Los pasillos tenuemente iluminados estaban en silencio, salvo por el ocasional crujido de los suelos de madera de algunas habitaciones bajo un paso inquieto.
Dentro de su habitación privada, Williams estaba de pie con las manos cruzadas firmemente detrás de la espalda. Su silueta estaba rígida contra la gran ventana, desde donde podía apreciar una vista de la extensa ciudad debajo de él, una ciudad que parecía menos viva desde que su hijo se había ido.
Él permaneció allí en silencio, luchando contra los recuerdos: la última llamada telefónica con Baron, las promesas hechas... las cuales en ese momento serían imposibles de cumplir. Baron era su único hijo biológico, por lo tanto, planeaba que este fuera mejor que él, para que lo sucediera, pero alguien se había atrevido a matar a su hijo.
De repente, se escuchó un suave golpe en la pesada puerta de madera.
—Entre.
La voz de Williams era firme y llena de frialdad, ya que