Pasó una hora y volvieron a poner la música, las risas se reanudaron y la tormenta entre Jaden y Stanwell se había apaciguado, al menos superficialmente. Los invitados se reunieron cerca del centro del salón, donde habían ubicado una larga mesa y al final de esta había una única silla de terciopelo, reservada para Hannah.
Era la hora de entregarle los regalos.
Uno por uno, los pretendientes se acercaron, todos llevaban impecables trajes, zapatos pulidos y sonrisas ansiosas. Cada hombre de posición le había llevado algo: relojes, gemas, perfumes personalizados, autos, algunos le dieron acciones y otros le ofrecieron papeles de propiedades.
Hannah sonrió amablemente a cada uno de ellos, agradeciéndoles, aunque de vez en cuando parpadeaba de aburrimiento.
Todos la querían, ¿y por qué no?
Ella era Hannah Winston: hermosa, elegante, nacida en un entorno de poder y la futura heredera de la Corporación Winston.
—El siguiente —gritó alguien, sonriendo ampliamente —, el señor Stanwell Woo