—¿Qué pasa, Baron? Tenemos a las chicas. Envíame el dinero.
Rafael se recostó en su asiento, el humo del puro se enroscaba alrededor de su rostro tatuado mostrando una sonrisa siniestra.
Baron temblaba y el sudor le empapaba el cuello. El teléfono estaba en altavoz y todos en la habitación podían escucharlo. Jaden estaba de pie en silencio a su lado, con los ojos fijos en el teléfono como un depredador que espera el momento de atacar.
—Deja la misión —balbuceó Baron, con voz temblorosa—. Libera a las chicas de inmediato e igual te pagarée el dinero.
Hubo un momento de silencio en el otro extremo.
—¿Qué? —Rafael levantó una ceja. Se sacó el puro de los labios y sopló una densa corriente de humo—. ¿Te has golpeado la cabeza o has bebido lejía? Repítelo.
—Dije que liberaras a las chicas, idiota. ¡Simplemente hazlo! —rugió Baron, y su voz se quebró por el pánico.
Una risa lenta y enfadada se hizo oír por el altavoz.
—Pequeño malcriado blandengue. ¿Crees que soy tu mensajero? M