El estruendo de las excavadoras de demolición resonó por todo el espacio abierto; los motores rugían como bestias recién liberadas de sus jaulas. Los faros proyectaban haces de luz amenazantes que cortaban el polvo en suspensión, mientras las garras hidráulicas se flexionaban, listas para destrozar el acero y el concreto.
Los ojos de Brown se abrieron desmesuradamente, presas del terror. Las piernas le fallaron y su mente sufrió un cortocircuito cuando la realidad lo golpeó como una aplanadora.
—N-No... no... no puede ser...
Su voz se volvió un susurro. Tenía las pupilas dilatadas, paralizado por el miedo. El cuerpo le temblaba mientras retrocedía a tropezones, con la mirada clavada en las máquinas que tomaban posiciones.
La fachada de arrogancia se resquebrajó; la compostura impecable de Brown se hizo añicos. Se giró hacia Jaden, con el pánico inundando sus palabras.
—¡Cómo... cómo te atreves! —gritó Brown, aunque su tono vacilaba como el de un animal acorralado—. ¡¿Tienes idea de la