De vuelta en la Torre del Grupo Gravesend, todos los invitados, empresarios, herederos y multimillonarios que habían venido a ver al Rey de la Guerra seguían esperando, cada vez más preocupados.
—¿Por qué se tarda tanto el Rey de la Guerra? —susurró un invitado con voz llorona, jalándose el cuello de la camisa.
—Creí que este iba a ser un momento histórico —murmuró otro, agitando el champán en una copa que ya no se sentía festiva.
—No me digan que lo del señor Williams era puro cuento...
Desde su asiento elevado al frente del salón, Williams Gravesend permanecía rígido en su traje de diseñador; cada fibra de su ser luchaba por mantener la compostura. Tenía la mandíbula trabada y sus dedos golpeaban con un ritmo nervioso el brazo de su silla.
La crema y nata de Ravenmoor, magnates, políticos y altos mandos militares, lo observaban. Esperaban. Y él no tenía nada que mostrarles.
En ese momento, uno de sus asistentes de mayor confianza apareció a su lado. Tenía la cara pálida y el traje a