Las calles de Ravenmoor estaban inusualmente tensas esa tarde.
Convoyes de vehículos blindados negros se abrían paso por el tráfico como tiburones en aguas abiertas. Sus ventanas estaban polarizadas de un negro intenso, sus movimientos eran silenciosos y sincronizados, como depredadores en formación.
En cada matrícula había un solo emblema dorado.
El emblema del rey de la guerra.
Dentro de uno de los vehículos del frente, un soldado puso uno de sus dedos en el auricular. —El objetivo ha cambiado de dirección. Repito: la ubicación del rey de la guerra ha cambiado. Ahora se dirige hacia el Restaurante Palacio Esmeralda.
—Redirige a todas las unidades —salió la fría y automática respuesta del telecomunicador—. Quiero que haya vigilancia en el restaurante en cinco minutos. Ciérrenlo discretamente. Sin alarmas ni pánico. No debe ser molestado por nadie.
—Sí, señor.
El convoy hizo un giro en U en el cruce, sin encender las sirenas, mientras las ruedas rozaban suavemente el asfalto y s