Capítulo Ochenta y Cuatro. Amanecer sobre ruinas
La noche cedía despacio.
Como si hasta el sol supiera que, después de tanto, la manada necesitaba despertar despacio.
El castillo, aún herido en muros y recuerdos, se iluminaba con las primeras luces que se colaban por las grietas de piedra.
En la alcoba del Rey Alfa, el fuego casi se había extinguido.
Rowan, aún medio dormido, mantenía un brazo rodeando la cintura de Lyra, como si temiera que el amanecer pudiera arrebatársela.
Pero ella no iba a irse.
Lyra abrió los ojos primero.
Observó el rostro de Rowan, la línea dura de la mandíbula que, dormido, se suavizaba.
Y sintió, en el centro de su pecho, algo más fuerte que la Luna, más real que cualquier promesa:
Pertenencia.
Apoyó suavemente la mano sobre su corazón.
Rowan murmuró su nombre, entre sueños.
Lyra sonrió.
Por primera vez en demasiado tiempo, la sonrisa le nació limpia. Sin sombras.
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