Capítulo Ochenta y Tres. Te elegiría siempre
El castillo respiraba un silencio nuevo.
Un silencio que no era de miedo, sino de calma, aunque frágil como el cristal.
Las antorchas encendidas iluminaban corredores que, por fin, no parecían solo piedra fría.
Eran un hogar reconstruido sobre cenizas.
Y aunque nadie lo decía en voz alta, todos sabían: aún quedaba mucho por sanar.
Kael caminaba junto a Liam por el patio.
El niño saltaba entre charcos, riendo, y cada risa suya arrancaba una grieta más en la coraza que su padre había levantado.
Kael lo miraba, y aunque el dolor seguía ahí —ese hueco donde antes estuvo Serena— algo se llenaba: la certeza de que, incluso roto, aún podía ser algo más que su rabia.
Y mientras Kael respiraba más lento, Maelia, a distancia, lo miraba.
Ella guardaba el anillo roto apretado en el puño, como un castigo… o un recuerdo de lo que casi destruye.
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