Capítulo Sesenta y Dos. El nombre completo de una Luna
La mañana amaneció sin canto de aves ni luz definida. Solo una neblina gris que parecía reflejar el estado emocional del castillo.
Lyra no había dormido. La carta que había encontrado en la biblioteca oculta reposaba sobre sus piernas, leída tantas veces que ya conocía las palabras de memoria. No era una revelación: era un recordatorio. No había dos mujeres. Solo una que empezaba a aceptar la magnitud de todo lo que era.
Cuando Solene entró sin tocar, no dijo nada. Caminó en silencio hasta ella y se sentó en el suelo, recargando la espalda en una estantería.
—¿Vienes porque te llamé o porque lo sentiste? —preguntó Lyra sin mirarla.
—Ambas. A veces no distingo cuál es cuál.
Lyra le entregó la carta. Solene no la leyó de inmediato, solo la sostuvo, como si pudiera absorber la tristeza escrita con solo tocar el papel.
—¿Te sientes más Serena o más Lyra esta mañana?
—No hay diferencia —respondió ella con suavidad—. Soy ambas. Pero a v