Mundo ficciónIniciar sesiónLa puerta de la sala privada se abrió de golpe, y un hombre alto, con un traje de diseñador que irradiaba poder, llenó el espacio. Su rostro era serio, sus ojos fríos, y su presencia era tan imponente que detuvo a Mateo Johnson en medio de su ataque de ira.
El hombre era Alexander Thorne, CEO de una empresa de bienes raíces y finanzas, un nombre que, incluso en el círculo de Mateo, se pronunciaba con respeto.
Mateo estaba paralizado por la sorpresa. Miró la camisa rasgada de Sofía y la mano que la sujetaba con fuerza, sintiéndose por primera vez totalmente expuesto. La humillación lo golpeó más fuerte que la rabia.
Alexander Thorne miró a Mateo, luego a Sofía, y regresó a Mateo. No levantó la voz, pero su tono era una amenaza que no necesitaba gritos.
—Señor Johnson —dijo Alexander, usando el apellido de Mateo con un desprecio apenas velado. —¿Prefiere que los titulares de mañana digan: "CEO del Grupo Johnson agrede a una mujer en un bar” o, quizás, ¿prefiere que “Thorne Capital anuncie la terminación inmediata de su cooperación estratégica con su empresa”?
El impacto fue brutal, envolviendo a Sofía en una capa de incertidumbre helada. ¿Quién era este hombre que utilizaba el destino corporativo de su marido como escudo? Mateo sintió un escalofrío que le recorrió la espalda. Alexander Thorne no era solo un hombre rico; era el heredero de un conglomerado que movía la economía y un socio potencial crucial que Mateo había estado buscando. El nombre "Thorne Capital" representaba una fortuna inmensa que empequeñece la suya.
Alexander no solo estaba mediando; estaba aplastando a Mateo con una amenaza comercial que podía destruir su reputación y sus negocios. Era una actitud abrumadora, una demostración de poder que Mateo no podía desafiar.
Mateo apretó los dientes, su rostro rojo de furia impotente y miedo financiero. Se dio cuenta de que si no soltaba a Sofía, perdería mucho más que su matrimonio; perdería su imperio. Obligado por la presión, soltó el brazo de Sofía como si se quemara.
—¡Tú no te metas en esto! ¡Es mi esposa! —gruñó Mateo, recuperando un poco de su arrogancia y su sentido de posesión.
—No parece que ella esté de acuerdo con esa definición —replicó Alexander, y con un paso rápido, se colocó entre los dos, separándolos por completo.
Sofía estaba temblando. Su brazo quemado, su mejilla dolorida y la ropa rasgada la hacían sentir indefensa. En su pecho, una batalla de sentimientos encontrados: el miedo a Mateo seguía ahí, pero la duda sobre el motivo de Alexander era una nueva y peligrosa emoción.
Alexander la miró y, sin decir una palabra, se quitó su costosa chaqueta de traje y la colocó suavemente sobre los hombros de Sofía. El gesto no fue protector en un sentido romántico, sino lleno de respeto y dignidad, cubriendo su ropa rasgada para devolverle el control sobre su apariencia.
—Mi coche está afuera —le dijo Alexander a Sofía, ignorando por completo la existencia de Mateo—. Puede ir a él, o si prefiere, haré que mi chófer la lleve de inmediato al hospital para que traten esas heridas. — Tomando suavemente la mano de Sofía para limpiar un raspón. — Quieta. Estás temblando.
— Estoy bien. — Sofia trata de retirar la mano.
—Sofía, no tienes que fingir valentía conmigo. Lo que ha hecho Mateo... es imperdonable. Déjame curarte. — Levanta las manos, respetando su espacio, pero con una expresión seria
— No tienes por qué ser amable. Él... él no ha sido amable. ¿Por qué lo eres tú? — dijo apenas en un susurro.
— ¿Necesitas un motivo para que alguien te trate con decencia? — los ojos de sofia fijos en él, llenos de dolor y profunda sospecha. Está procesando el terrible contraste: la brutalidad de Mateo contra la 'amabilidad' de Alexander.
— Un hombre me golpeó y me rasgó la ropa. El otro me ofrece respeto y atención médica. Me siento en deuda, Alexander. Y odio esta gratitud forzada.
— No te estoy pidiendo nada a cambio. — Se acerca, inclinándose hacia él. Es una acusación más que una pregunta.
— ¿Es realmente amabilidad? ¿O es solo una demostración de poder? Quieres que Mateo vea lo que no es, ¿verdad? Quieres humillarlo usándome. — Mantiene la calma, su mirada inalterable
— Que Mateo vea lo que quiera. Yo solo veo a una mujer herida que necesita ayuda. — Dando un paso atrás, la incertidumbre la consume.
— No confío en tu decencia. Es abrumadora. — Mateo intentó acercarse, pero Alexander lo detuvo con una mirada.
—Tenemos una reunión pendiente, Johnson. Mañana. Será mejor que deje a su... esposa. — Sofía asintió levemente a Alexander y salió de la habitación sin mirar atrás, con la chaqueta de Alexander cubriéndola.
Mateo se quedó solo, sintiendo por primera vez una intensa sensación de pánico y pérdida de control. Había perdido a Sofía, no ante un rival de su talla, sino ante alguien superior a él. La idea de que Sofía fuera auxiliada y se fuera en el coche de Alexander Thorne lo golpeó con la fuerza de una revelación: ella ya no era su posesión. El arrepentimiento que sintió era puramente egoísta: había destruido a su escudo vital.
Sacó su teléfono frenéticamente. La llamó, envió mensajes de texto, luego le envió correos electrónicos. Todo era inútil. Ella lo ignoró.
—¡Maldita sea! —Mateo golpeó la mesa.
Empezó a investigar los antecedentes de Alexander Thorne de forma desesperada. Los resultados lo alarmaron de inmediato: el capital, el patrimonio y la influencia de Alexander estaban muy, muy por encima de los suyos. Mateo no solo había perdido a su "sirvienta", sino que acababa de insultar a un aliado fundamental.
En el asiento trasero del coche de lujo de Alexander, Sofía se sintió segura, pero su mente estaba enredada en la duda. El chófer la llevó directamente a un hospital privado.
—Gracias, señor Thorne —dijo Sofía, volviéndose hacia Alexander, que se había sentado a su lado. —Lo que hizo... me salvó.
—No hay nada que agradecer, señorita Lennox —respondió Alexander, con un tono tranquilo—. Es inaceptable que un hombre trate a una mujer de esa manera. El doctor de la familia Thorne la atenderá.
—No sé cómo pagarle...
—Pagarme es simple: deje que la ayude —dijo él, con un enigma en su voz—. ¿A dónde la llevo después? ¿A su apartamento?
Sofía bajó la mirada al anillo que aún llevaba. —Ahora mismo no tengo hogar, señor Thorne —dijo con amargura.
Alexander asintió, como si ya lo supiera. Sacó un documento del bolsillo interior de su traje y se lo entregó a Sofía.
—Quizás esto le interese. Cuando me propuse acercarme a usted —explicó él, y su voz tomó un tono profesional, eliminando cualquier rastro de emoción—. Investigué más a fondo su pasado. Encontré algunas pistas sobre sus orígenes. Tal vez aquí encuentre respuestas sobre su verdadera familia.
Sofía miró el documento en sus manos: era un informe, sellado y formal.
El corazón le dio un vuelco.







